19/03/2024
Dos chicos adictos a CoD han matado al padre de uno de ellos, así que preparémonos para una oleada de demagogia en los medios sobre violencia y videojuegos.

Según informa el diario El Mundo en su edición digital, un chico de 18 años, con la ayuda de un amigo de 20, ha matado a su padre en el municipio balear de Alaró. Hasta aquí, una trágica noticia más, de las muchas que por desgracia inundan la prensa. Lo que hace que este suceso nos interese en un blog de videojuegos es que el parricida y su amigo eran adictos a Call of Duty, y mataron a su víctima asestándoles 40 golpes con un palo con clavos similar al de Dead Rising 2. He aquí la excusa perfecta para que la prensa generalista relacione violencia y videojuegos una vez más.

Violencia y videojuegos: adicto a CoD mata a su padre
Captura de pantalla Dead Rising 2 en la que se puede ver el arma imitada por el parricida y su cómplice. Se trata de un palo de madera con varios clavos incrustados de gran longitud.

Violencia y videojuegos

Leyendo algunos otros artículos de prensa sobre el suceso, podemos reconstruir los hechos. Andreu Coll Tur, el presunto parricida, es un joven mallorquín de 18 años adicto a los videojuegos, entre los que se mencionan Call of Duty, Dead Rising 2, Infamous 2 y Assassin’s Creed III. Al parecer, tal era su grado de adicción, que llegaba a jugar hasta doce horas diarias, unas sesiones maratonianas en las que, jugando online, conoció al zaragozano de 20 años Francisco Abas Rodríguez. Enseguida se hicieron muy amigos, sobre todo jugando a Call of Duty.

Andreu vivía en el municipio mallorquín de Alaró con su padre, un rico empresario con una fortuna de 50 millones de euros y que recientemente había cambiado su testamento para nombrar heredero universal a su hijo Andreu. Conocedores de este hecho, los dos jóvenes planearon entonces asesinar al hombre para quedarse con todo el dinero y emprender una nueva vida juntos, en una relación al parecer de tipo homosexual. Francisco se trasladó a la casa de Andreu a pasar unos días con él y con su padre. Una noche, drogaron al hombre. A la mañana siguiente, cuando se despertó, Francisco le golpeó en la cabeza hasta 40 veces con un palo con clavos como el de Dead Rising 2, y Andreu, su propio hijo, lo remató aplastándole los sesos con un bafle.

Se deshicieron del cadáver, que sería encontrado poco después, y limpiaron exhaustivamente la vivienda. La primera hipótesis de la policía fue que el empresario había sido asesinado por alguien relacionado con los negocios de tragaperras en los que estaba involucrado, o por alguno de los más de 100 inquilinos a los que había deshauciado por impago de los inmuebles de su propiedad. Sin embargo, la investigación cambió de rumbo, la Guardia Civil detuvo a los dos criminales, y éstos confesaron, rompiendo así su pacto de silencio. Hasta aquí, los hechos según la prensa.

Violencia y videojuegos: adicto a CoD mata a su padre
Los periódicos no especifican a qué Call of Duty eran adictos los homicidas. También eran aficionados a los juegos de carreras. Días antes del asesinato, la víctima le había regalado a su hijo un Audi TT.

Habrá quien se pregunte: ¿Y por qué no ha trascendido a gran escala esta noticia tan morbosa? Pues porque últimamente ha habido una noticia de una morbosidad que no se recordaba desde el asesinato de Sandra Palo y que ha eclipsado a todas las demás. Nos referimos al caso de José Bretón, el asesino de sus propios hijos. Sin embargo, ahora que Bretón ha sido sentenciado, es probable que la prensa preste más atención al parricidio de los dos adictos a los videojuegos. Ya sabemos cómo funciona la prensa generalista: van por el mundo dándoselas de adalides de la verdad, cuando en realidad su criterio último de cobertura de la información es el morbo, el impacto, las cifras de audiencia, el sensacionalismo. Cierto es que nosotros también somos prensa; pero de entretenimiento. Somos humildes, como nuestro objeto de atención, y no tenemos aires de grandeza.

Violencia y videojuegos son dos temas que a los periodistas les encanta mezclar. Y, como es habitual en ellos, la ignorancia no les impide sentar cátedra. En los tres artículos antes enlazados encontramos frases que revelan su desconocimiento del tema. Empezando por El País, fijémonos en la siguiente frase: «El hijo del empresario había elaborado el arma punzante, semanas atrás, para imitar un instrumento mortal a imagen de las mazas medievales que aparece ahora los vídeojuegos». Lo cual da a entender que antes no aparecían mazas medievales en los videojuegos. O sea, que al parecer son una moda. Pero es que la siguiente sentencia es todavía mejor: «Los dos jóvenes se dedicaron obsesivamente a jugar en sus consolas en retos de sangre en Dead Rising 2, Infamous 2». Un diez para el periodista. La expresión «retos de sangre» es muy morbosa, da la sensación de que se trata de juegos malignos, satánicos. Efecto conseguido.

Por su parte, en el Diario de Mallorca encontramos perlas como ésta: «Uno de los videojuegos preferidos de Andreu Coll Tur, de 18 años, es DeadRising 2, que consiste en matar a zombis golpeándoles en la cabeza con una cachiporra». Vaya, hombre, y yo que pensaba que uno de los atractivos del juego era, precisamente, que podías utilizar casi cualquier objeto para acabar con los zombis, y resulta que no, que va de darles cachetes con una cachiporra. No con una porra, ojo, sino con una cachiporra, que suena más a Mortadelo y Filemón. ¡Dele con la cachiporra, jefe, dele!

Violencia y videojuegos: adicto a CoD mata a su padre
Chuck Greene, el protagonista de Dead Rising 2, golpeando a unos zombis con una cachiporra en forma de caja registradora. Cuando se habla sin saber de lo que se habla, el ridículo suele ser la consecuencia.

Éste es el nivel medio de conocimiento de los videojuegos que tienen los periodistas de la prensa no especializada. Sería disculpable si, en la narración de una noticia, se encontrasen con un tema desconocido para ellos como es el de los videojuegos. Pero es que no se han encontrado con el tema, sino que han ido a buscarlo. ¿Por qué? Pues porque relacionar violencia y videojuegos es morboso, y eso vende. La noticia de la confesión de los homicidas ya la publicaron el día 12 de julio. Las otras tres noticias que hemos citado son del 14 de julio, y su única razón de ser es introducir el detalle de que eran adictos a los videojuegos.

Cuando se dan casos de este tipo, la prensa y los psicólogos se lanzan a hablar de aprendizaje vicario o mímesis, es decir, de aprendizaje por imitación. Su argumento es que los jóvenes violentos son violentos porque imitan las conductas violentas que observan en el cine, en el rock and roll y, desde hace unas décadas, en los videojuegos. Ésta es una visión del ser humano profundamente conductista. Según el paradigma conductista de la psicología, los hombres carecemos por principio metodológico de vida psíquica, y nuestra conducta es la respuesta a los estímulos del exterior. Dicho con otras palabras: somos imbéciles, carecemos de raciocinio, de capacidad de discernimiento y reflexión. Imitamos las conductas de nuestros semejantes igual que lo hacen las hormigas.

Es cierto que no todos somos igual de reflexivos. El grado de desarrollo de la vida psíquica varía de unas personas a otras. Así, hay quienes son más deliberativos y quienes, por el contrario, son más reactivos. Los primeros piensan más, los segundos, menos. En cualquier caso, todos aprendemos por imitación, sobre todo durante la infancia, y después, a medida que crecemos, vamos volviéndonos más reflexivos, pensamos más e imitamos menos. La imitación, no obstante, persiste en cierto grado como una conducta adaptativa durante toda la vida.

Violencia y videojuegos: adicto a CoD mata a su padre
Los zombis, como los de Dead Rising 2, están de moda. Su atractivo se debe a que representan la lucha del individuo reflexivo frente a la masa que se conduce imitando los modelos comunes de comportamiento.

Imitamos lo que vemos en los videojuegos, sin duda, pero también, y en no menor medida, imitamos lo que hacen nuestros padres. Pensemos en la figura paterna que el parricida, Andreu, tenía en casa. Su padre era un millonario que había amasado una fortuna a costa del negocio de las tragaperras y de dejar, en no pocas ocasiones, a familias en la calle porque no podían pagar el alquiler. ¿Es ese el ejemplo adecuado para un niño, o es más bien un mal ejemplo del que cabe esperar que su imitación dé lugar a un descendiente inmoral? No toda la culpa puede atribuírsele al padre, que es la víctima, pero tampoco es justo exonerarlo y pretender que los videojuegos violentos sean los máximos responsables del crimen. Además, hubo una dejación de funciones por parte de alguien que permitió que su hijo pasara demsiado tiempo frente a la pantalla sin supervisión.

Ya dijimos hace un tiempo que el juego, en su justa medida, puede formar parte de una vida feliz y plena. En el caso de los videojuegos violentos, son una forma de sublimación, es decir, una manera de satisfacer nuestros deseo tanático, de muerte y destrucción. ¿Quién no piensa de vez en cuando que ojalá a fulano o a mengano le suceda algo malo? Lo pensamos de personas cercanas y de personas lejanas, como por ejemplo los políticos, pero no hacemos realidad el deseo tramando un crimen. Lo que hacemos, en cambio, es reprimirlo. Los videojuegos violentos, como las películas violentas o cualquier otra representación simbólica de la violencia, sirven para liberar ese deseo reprimido, y así neutralizar su fuerza destructiva. Son, por tanto, beneficiosos.

Pero, como casi todo cuando se hace sin la debida moderación, el abuso de la sublimación de la violencia tiene consecuencias perjudiciales. Eso es lo que les ha ocurrido a estos dos jóvenes homicidas de 18 y 20 años. Su vida giraba en torno a representaciones violentas, que nada importa que fueran en forma de videojuegos, de películas o de grabados de la etapa oscura de Goya. Violencia y videojuegos van tan unidos como violencia y cine, violencia y pintura o violencia y la vida en general. Es la obsesión por la violencia, por representaciones carentes de la represión de nuestros más bajos deseos, lo que da lugar al desequilibrio, a la mente trastornada.

Violencia y videojuegos: adicto a CoD mata a su padre
Saturno devorando a un hijo, de Goya (1823). Es uno de los cuadros más violentos jamás pintados y, sin embargo, los escolares son llevados de excursión al Museo del Prado para que lo contemplen.

Basta ya de relacionar violencia y videojuegos como si éstos fueran la principal causa de aquélla en la sociedad actual. Los que hacen un uso indebido de los videojuegos con consecuencias catastróficas son una minoría, una minoría que siempre ha existido y existirá, y que si no hubiera videojuegos encontraría satisfacción a su ansia enfermiza de violencia en cualquier otra parte, dando lugar a las mismas consecuencias. Si los periodistas supieran algo de psicología, y si los psicólogos fueran menos conductistas de lo que en su mayoría son aunque lo nieguen, entonces dejaría de difundirse la muy extendida mentira de que los videojuegos violentos son malos en sí mismos.

En cuanto a los niños, son los padres los responsables de educarlos. No la escuela, ni la televisión, ni los videojuegos. El caso del parricida adicto al Call of Duty es, en el fondo, una paradoja. Quien debía vigilar al joven Andreu de 18 años no lo hizo, y ha sido justo él, el negligente, quien ha sufrido las consecuencias. No lo merecía, como no lo merece nadie; ni siquiera los especuladores inmobiliarios. Pero, si hay que buscar una explicación psicológica a lo sucedido, ésa es la dirección correcta, no la del sensacionalismo que acusa a los videojuegos sin tan siquiera conocerlos.